Aitor Ruiz de Egino desarrolla su obra desde Hernani, un área industrial situado en las laderas del monte Adarra. Está fascinado por las sorpresas y misterios que se desprenden de esa montaña y su entorno natural. El espacio, sus formas, árboles, ríos, piedras, nieblas y animales le han ayudado a forjar una cosmogonía muy personal.
Vive en el siempre precario equilibrio entre el mundo natural y el entorno industrial, pilar fundamental del imaginario de una obra que es, al mismo tiempo, fusión y transformación, observación poética y crónica de nuestro tiempo.
Como si la necesidad de pintar el mismo mamut no hubiera desaparecido, o ahora renaciera en un contexto diferente, que no renuncia a sus orígenes ancestrales pero tampoco da la espalda a la modernidad, que revisa los mitos y los traduce a un lenguaje más cercano y actual.
Podría pasear sus figuras como por un bosque de biología metálica, y observar a nuestro paso esa misma bruma que oculta, sin borrar del todo, la silueta de sus animales imposibles y sus árboles totémicos.